APUNTES PARA UNA GENEALOGÍA AFRO-URUGUAYA.por Dr. Enrique Yarza Rovira

11.03.2014 11:23

 

APUNTES PARA UNA GENEALOGÍA AFRO-URUGUAYA.

Dr Enrique Yarza Rovira

Abogado, historiador y genealogista.

 

En muchas de las viejas familias rioplatenses confluyen ríos de sangre originados en distintas vertientes étnicas.

 

En efecto, por las venas de quienes tenemos la dicha de remontarnos genealógicamente hasta los albores de la colonización americana encontramos: blancos por nuestros antepasados españoles y portugueses, sumados a los posteriores aportes de italianos, franceses, británicos, etc; indígenas, cuyas féminas se mestizaron con los conquistadores europeos; guanches, aquellos que vinieron desde las islas Canarias a poblar Montevideo; judíos, por algún remoto antepasado converso; alguna pizca de sangre árabe a través de nuestros lejanos abuelos españoles que se entrecruzaron con los islámicos que ocuparon la península ibérica durante siete siglos.

Finalmente, muchos descendientes de viejas estirpes rioplatenses descendemos de negros esclavos, trasplantados por la fuerza del continente africano.

 

En Hispanoamérica, los negros, a diferencia de los indios que fueron considerados como “vasallos libres de la Corona”, tenían un status jurídico “sui generis” rayano en el de los incapaces absolutos, por lo que podían ser esclavizados y comercializados. Existía, pues, un sistema legal para cada una de las razas: los españoles (blancos), los indios y los negros (esclavos y libres). El entrecruzamiento de razas se consideraba como de “sangre manchada” y llevó a la formación de una serie de “castas” por lo cual la legislación indiana intentó regular la vida y actividades de todos estos grupos, generalmente a través de crecientes prohibiciones. Pero el estigma mayor lo sufrieron los negros y sus descendientes.

 

En síntesis, alrededor de 12 millones de africanos desembarcaron en Hispanoamérica, Buenos Aires y Montevideo se constituyeron en los puertos más importantes del Atlántico sur y surtieron todo el interior de Sudamérica mediante puertos de transferencia en Valparaíso y Río de Janeiro.

 

La presencia africana en la Banda Oriental es tan antigua como la europea ya que los portugueses trajeron los primeros esclavos en 1680. Su ingreso masivo comienza a partir de 1743 con la introducción de esclavos en Montevideo. Este aporte africano se dedicará exclusivamente a tareas domésticas y en las labores rurales de las estancias de sus amos.

 

Son muy elocuentes los datos y cifras que arrojan los padrones de 1778-1780, relevamientos efectuados por la autoridad española en ocasión de la creación del Virreinato del Río del a Plata.  En este sentido, encontramos que la mayor parte de la presencia negra se situaba al noroeste de la actual República Argentina. En Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca superaban la mayoría absoluta con 64%, 54%, y 50% respectivamente. Les seguían de cerca las provincias vecinas de Salta con un 46% y Córdoba 44%. [1]

 

La situación no era muy diferente al sur del virreinato. En las ciudades de Buenos Aires y Montevideo, los negros y mulatos constituían la tercera parte de la población, lo que significa tres veces más la población negra de los actuales Estados Unidos de América, por más increíble que esto parezca. Vale decir, que hace poco más de dos siglos, la raza negra y sus derivados constituía la primera minoría racial del territorio hoy ocupado por nuestros países amboplatinos.

 

El hacendado patriota incorporó sus esclavos a la revolución. El negro –libre o esclavo- presta su juramento ante el altar sagrado de la patria resueltos a vencer o morir en la inmortal contienda.

A los negros esclavos les cupo las tareas más difíciles y riesgosas al frente del campo de batalla. En la larga y penosa emigración que significó  “la Redota”, sus esfuerzos se destinan a aliviar el sufrimiento de sus amos, empujando carretas, acarreando leña, lavando y cocinando en cada alto de camino. Se contabilizaron en esta emigración –así la llamó Artigas- 374 esclavos hombres y 133 esclavas mujeres, lo que representa un 11% de los empadronados en el Ayuí en diciembre de 1811.[2] Esta cifra que seguramente se duplique o hasta triplique si contabilizamos a los negros libres, mulatos, zambos y pardos portadores, por alguno de sus cuarteles, de la esforzada sangre africana. A partir de esta epopeya, demás está enumerar su participación heroica en todos los hechos de arma americana que cubrieron de gloria el regio temple del Pueblo Oriental.

 

A pesar del inmenso aporte de la raza negra en la contribución a la formación de la identidad nacional, la historiografía en general y la genealogía en particular, han menospreciado o soslayado este legado. Tal vez una de las causas principales lo constituyan los obstáculos insalvables que presenta la realización de una investigación genealógica de los afro-orientales. Desde que esta ciencia se basa y apoya en los nombres de las personas, está claro que cualquier individuo de raza negra procedente del África que ha adoptado los apellidos del amo u otros cualquiera, pero siempre bien europeos, ha enterrado literalmente para siempre jamás la memoria de su estirpe, tan imposible de rastrear hoy como la de los indígenas que fueron rebautizados con dichos nombres del viejo continente. Esto no significa desprecio por esos linajes (de los que más de uno nos preciamos de descender, por remotamente que sea), simplemente delata impotencia investigadora.

 

Otra limitante de estudio se vincula a la falta de precisión de la región o tribu del que procedían los esclavos traídos del continente africano. Las referencias documentales que encontramos en cuanto a la zona geográfica: “Guinea” o “Angola”, no son más que indicaciones genéricas. La primera comprende toda la costa desde el río Senegal hasta la orilla oeste del Níger, en tanto la segunda refiere a las numerosas naciones al norte y al sur del río Congo. En consecuencia, esta imprecisión nos impide identificar nación y, por tanto, tribu. La ascendencia histórico-genealógica deviene, desde América y tras el trasplante y la esclavitud, prácticamente imposible de establecer. [3] Lo que sí es posible es continuar, a través del tiempo, la constitución de familias que entroncaron aquella sangre con los grupos de vecinos de "elite" y demás que conformaban la población.

 

Un tercer elemento se encuentra en los arraigados prejuicios sociales. La obtención de la independencia y la abolición de la esclavitud hacia mediados del siglo XIX no bastaron para que los negros y mulatos modificaran realmente su condición social. El sistema de castas se sustituyó por uno de clases, en donde pasaron a engrosar los estratos periféricos de las nuevas repúblicas y fueron así invisibilizados o como mucho minimizados por la historiografía oficial.

 

No obstante ello, han surgido últimamente variadas contribuciones histórico-genealógicas, lamentablemente de difícil acceso para el público corriente o no accesibles para su consulta en las bibliotecas de nuestro país.

 

En suma, los aportes genealógicos para los análisis de la sociedad de los siglos XVII-XIX, hasta los momentos de la independencia y posteriores, constituyen aún fuentes poco o nada utilizados en los tratamientos de la historia colonial.



[1] LIBOREIRO, M. Cristina, ¿No hay negros argentinos? p. 27,  Ed. Dunken. Buenos. Aires, 1999.

 

[2]  NÚÑEZ BALESTRA, Efraín,  Vida pasíón y muerte de Don José Gervasio Artigas, tomo III, pág. 121. Ed. Orbe, Montevideo, 2009. El padrón de las familias que acompañaron al Gral. José Artigas en 1811 también fue publicado por la Comisión Nacional Archivo Artigas, tomo sexto, pp. 98-154, Impresores A. Monteverde y Cia. S.A., Montevideo, 1965 y por el Museo Histórico Nacional, Montevideo, 1968.

 

[3] BINAYÁN CARMONA, Narciso, op. cit., pág. 325.