Una voz inspiradora desde la historia "DEBER COLECTIVO por Marcelino Horacio Bottaro" aporte de Jorge Bustamante

11.03.2014 11:41

Artículo publicado en el periódico La Propaganda, Segunda Época. Número 1,  mayo 10 de 1911 Montevideo.

 

"Cuando el esfuerzo de varios, viene a llenar una necesidad sentida por todos queda sentado de modo irrefutable, el deber colectivo.

La reaparición de LA PROPAGANDA, crea un deber para nuestra sociedad y es necesario, que la sociedad responda al esfuerzo, con su desinteresada contribución. Al no hacerlo así, se hace solidaria de los graves entorpecimientos, que la falta de un periódico hace sentir en su seno, dado que sin ruta fija 0para su orientación, la hace estéril para su engrandecimiento.

Mejorar el estado económico e intelectual de nuestros semejantes, es el apostolado más hermoso, que pueda concebir la mente humana. Y el mejoramiento general, es la fija derivación, que impone el sano criterio.

Pensar con logros individualistas, respecto al mejoramiento de la especie humana, es proclamar muy en barbecho, fines y principios demasiados egoístas, que en vez de enaltecernos nos denigran.

Siempre que tiendan todos los esfuerzos al bienestar social, es innegable que esos óptimos frutos serán beneficiosos para todos, desapareciendo fundamentalmente, las distinciones arbitrarias de la selección.

Todo ser tiene derecho a labrarse su felicidad personal, pero sin desatender las sacras obligaciones que la sociedad en que actúa le es acreedora. Olvidarse que es necesario ayudar al menos fuerte, a que ascienda hasta donde otros han ascendido, no es razonar con lógica, ni mucho menos, demostrar sentido práctico. Ayudémonos unos a los otros, que el triunfo, recaiga en quien recaiga, nos es común, porque comunes son nuestras aspiraciones.

El individuo que sustenta aspiraciones egoístas, no solo es un mal factor que imposibilita el uniforme desenvolvimiento que su colectividad aspira, sino que es también una traba inconsciente, de sí mismo, que en la cándida creencia, de todo acapararlo, con la vil avaricia de ser el único a disfrutar esos goces, se obstaculiza a sí mismo, creándose para su refocilamiento, el engañoso espejismo de creerse sin igual.

La difusión de bienes –materiales o instructivos-, es uno de los tantos problemas, que plantearlos, es resolverlos.

Cuando la humanidad balbuceando sus escasos conocimientos, consultó a los hombres mejor preparados, sobre el sistema que debían de adoptar, para la difusión de todos los conocimientos necesarios, a hacer más armónico su desarrollo, los hombres-ideas, proclamaron la felicidad de la especie humana, en la instrucción de la cual derivarían todos los goces que harían más próspera. Los Jefes de Estados, implantaron la escuela y los apóstoles surgieron con la incansable prédica difundid ese átomo y la humanidad de ayer, inconsciente a los múltiples problemas colectivos, que en su crasa ignorancia no alcanzaban a estimar, empezó a comprender cuál era su derecho, de donde dimanaba su fuerza, el porqué de sus cavilaciones, hasta ayer intraducibles.

Quitadas las trabas, pudo la humanidad entrever un más allá, de lo que hasta ayer había presentido. Entonces sus Jefes creyeron llegado el momento de crear leyes, sentar supremacías sobre razas y orígenes, que tendieron siempre a usufructuar el derecho de muchos, en bienestar de unos pocos, que solo ostentaban como mérito, el haber conculcado por medio de la fuerza bruta, el derecho y bienestar de los débiles. Las primeras etapas de esas imposiciones dolorosas, las sufrió la humanidad en silencio., Amoldado a no tener voluntad, no sentía el peso de la opresión.

Vegetó largo tiempo sin precisar aspiraciones, levitada como lo estaba con los primeros rayos de luz que se producían en el antro obscuro de su embotado cerebro. Reconocidos los deberes de cada cual, no era por más tiempo tolerable, ser siervo, cuando se tenían actitudes de ser amo. Los Jefes de Estados comprendieron que la ola día a día acrecentaba, y crearon instituciones prebendarías, para los que podían por sus conocimientos, llegar hasta el pueblo y difundirle las nociones de sus derechos.

Acostumbrados esos hombres a no gozar de nada, recogen el mendrugo arrojado del festín y la voz que profería las primeras aclamaciones de “todo es nuestro”, se las ve acallar, amoldándose a las posiciones burocráticas, que las mentidas magnánimas de los usurpadores arrojan a las fauces abiertas de los bobéenos, que surgen en son de amenaza, tratando conquistar sus medios, en nombre de otros deberes, que solo invocan por oídas y no por íntimas convicciones.  

La escuela sigue la obra lenta monótona, reformada a gusto y árbitro de los sabuesos, que forjan textos absurdos en enseñanzas, donde se invierten los altos conceptos de libertad, igualdad, unión.

Puesta la fuerza a favor de los que mandan, el sacro ministerio del apóstol, pierde lo augusto. Los que usurpan, asalarian al maestro para que tergiverse el contento, persigue el apóstol consciente de que engañar el pueblo no es humano y en viva guerra tan opuestas tendencias, se escriben las primeras páginas de lo que eran los Reyes, lo que es el pueblo. Los esfuerzos son incalculables, de un lado los que obedecen al salario miserable y la prebenda vil de un título, que destila abominaciones, del lado opuesto los desheredados de gemas, pero orlados con los impañables destellos de la virtud. La deshonestidad vistiendo sedas, la virtud cargando harapos.

Nadie cede. Mientras los Reyes se ahogan en sangre, los pueblos se cubren las desnudeces con holocaustos, que los hacen mártires.

Los tronos bambolean, mientras el pueblo imperito en sus conquistas, asegura entre albas rojas, tétricos destellos de las supremacías incendiadas, que el tiempo de las imposiciones de los Césares ha cesado. 

Los amos tientan un esfuerzo y llegan hasta el pueblo y le prescriben deberes, las iras populares ahogando todo germen de superioridad, para los conculcadores, proclaman con indomable fe, el deber colectivo, los hombres unidos para consolidar sus latentes aspiraciones, son la palanca, cuyo punto de apoyo es su unión, los que entronizados negaron sus derechos, deben caer a su impulso. Todos para uno, uno para todos, esa es la respuesta.

Pan et Circem, gritan los reyes, derecho y justicia, exclaman los Pueblos. Dádivas gritan los sicarios, mientras los pueblos con movimientos instintivos, avanzan en forma compacta, hacia los estrados donde amos sin mando, atónitos ante la voluntad soberana de sus pueblos ensoberbecidos, no atinan a explicarse, en nombre de qué sagrados intereses e impulsados por qué sacros deberes, desoyen sus palabras hasta ayer creídas, ungidas de inconfundible divinidad.  

Las supremacías desaparecen, la superioridad de orígenes se encastilla en sus feudos o baja a ser pueblo, la desigualdad de razas se troca en odioso mito.

El ser reconoce nuevo valor, se acuña nueva pieza de valorización, lo moral, lo intelectual.

Algún resabio tiende siempre a subsistir, a través de leyes y normas que elevados principios sustenten. Las democracias establecen en sus cartas fundamentales, que sólo la virtud y el talento, son su fuerza y apoyo.

Sus prohombres sentaron el principio haciéndolo ley, les faltó fuerzas para hacerlo práctico. Ahí está nuestro deber, estando el derecho prescripto, es necesario establecerlo con la fuerza incontrarrestable del deber colectivo. Los que crearon el derecho, lo dejaron librado a las fuerzas que entraran en pugna a la conquista de posiciones.

Dentro de las leyes políticas, no busquemos hoy posiciones que resultarían demasiado acomodaticias.

Busquémoslas, dentro de los principios que fundamentan la vida social, valiéndonos de el apoyo mutuo y conquistemos el puesto, que como raza apta para toda liberación, tenemos derecho en el libre ejercicio de entidad sana y consciente.

Nuestros derechos no se proscriben, ni podrán proscribirse, si una acción conjunta, reacciona contra la modorra de nuestra culpable indiferencia.

Impongámonos una vez por todas, que nuestro devenir, está en el deber colectivo.

Cada ser consciente de su acción, tiene el deber de aunar su esfuerzo, con los que pugnan por hacer efectivo el derecho de mejoramiento.,

El día que por encima de más de un falso preconcepto, normalicemos nuestra acción, fundamentándola a un solo deber, ajustándola a la más estricta unión, probaremos con la elocuencia de los hechos, que la simiente de una prédica elevada, nos creó un deber, sobre el mal, cimentamos la gran obra".

                                                                   PETRONIO (Seudónimo utilizado por Bottaro en algunos artículos)