"Pelo Esponja" dedicado a las y los niños escolares y adolescentes de cabello crespo - Graciela Leguizamon

13.03.2014 11:56

“Pelo esponja”

 

Marta era una niña afrodescendiente, nacida en un barrio cualquiera en la zona que se decía de “contexto crítico”.

Su mama, trabajaba muchas horas de empleada doméstica en casa de unos profesionales, sin embargo en las tardes, se llenaba de palabras  la humilde morada, palabras llenas de sabiduría en un dialogo fluido entre ella y su única  hija.  Rosa, la mama de Marta, no era muy letrada pero había retenido en su memoria algunos cuentos que hicieran sus abuelas y en las madrugadas, abría un libro con historias y leyendas africanas que le regalaran sus patrones y compartía su lectura con Marta.

 Cuando aprendió de su hija, el uso de la computadora, se hizo una fanática de la investigación, aunque ella no lo sabía. Todas las noches robando momentos a su sueño, buscaba material sobre África el cual leía vorazmente.

Comenzaba el año escolar y Rosa, ya estaba preparada para momentos difíciles con Marta.

Desembolso la blanquísima túnica, la mona azul, dejo los zapatos y medias acomodados prontos para el primer día en la escuela de Marta. Ya era el quinto año que su hija iba a la escuela. No era la mejor estudiante, pero no se podía quejar. Tenía buenas notas, no faltaba a clases, y 

escribía muy bien, al punto que hasta a ella la había asombrado con sus redacciones.

Marta se levantó más temprano que nunca,  contenta, canturreando una canción que Rosa desconocía.

El día era hermoso, con sol tibio, se olía el mate y el delicado aroma de la  taza de café con leche y el pan tostado con manteca. Rosa traía pan de la casa de sus patrones porque ellos no comían pan del día anterior, así que dejaban que Rosa se lo llevara y ella lo aprovechaba en tostadas o cuando se habían acumulado las piezas hacia un rico budín de pan.

Sentada en el suelo sobre un almohadón ya estaba Marta con su peine en mano pronta para el peinado diario. Esta vez, Rosa se debía esmerar más y Marta sufriría mas también, al sentir como se  desenredaba  aquel cabello tan crespo.

Rosa cantaba una canción en tanto trataba delicadamente de peinar el cabello.

-      Por suerte, hoy hay mejores productos hija, dijo Rosa. Cuando yo era niña como vos, no teníamos esa suerte. Nada nos ayudaba a aflojar el crespo, aunque mi abuela hacia una mezcla de grasa de caracú y perfume, para suavizar e hidratar la “mota”.

Mientras su madre desenredaba, Marta saco de debajo del almohadón una fotocopia y se la alcanzo sin levantarse a su madre.  En se veía la fotografía de una niña con un peinado africano.

Rosa la miro y dudo en hacer aquel peinado.

La niña de la fotografía, tenía unas trenzas, que iban pegadas a la parte superior de su cabeza, luego subían haciendo una especie de ramillete, dejando una parte sin trenzar. Dejando el crespo liberado.

-      Estas segura que quieres este peinado? Quedaran las “motas” como un plumero. Volverán a molestarte, a decirte “pelo esponja”.

Rosa, sabia como era aquello. Esa forma de tratamiento la había sufrido su abuela, también su madre y ella misma, ya era como un sello generacional, que las personas se burlaran de sus cabellos. Alguien a través de las generaciones transmitía ese dicho como herencia, como ellas heredaban el cabello encrespado.

Callada, Marta asintió con la cabeza y al rato comenzó a contar a su madre la historia de las niñas negras  heroínas.

Marta, con su voz dulce y suave, comenzó a relatar lo que había leído sobre unas niñas que durante la época de la esclavitud habían sido fundamentales. Como importantes Mensajeras, esas niñas, habían cooperado con la Emancipación en forma inocente o no tan inocente. Esas niñas habían llevado en sus peinados mensajes, semillas, hasta monedas u oro de un palenque o quilombo a otro. Esas niñas habían sido heroínas, heroínas invisibles de un proceso terrible y desbastador el cual debieron resistir. Quizás, la abuela de su abuela hubiera sido una de esas niñas!!.

-      Cuando me digan “pelo esponja” contare  con orgullo esta historia. Tenemos que sentir orgullo de este cabello mama, mucho orgullo, eso lo aprendí leyendo esta historia. No sé si en la historia hayan habido niñas tan valientes, como estas heroínas invisibles.

Cuando la maestra nos pida la redacción “Que hiciste este verano” yo contare que pase el verano leyendo esta historia y haciéndome distintos peinados para homenajear a aquellas heroínas invisibles de nuestra Comunidad. Les contare la historia, y es posible que muchas otras compañeras quieran tener un peinado como el mío.

Peinada, como aquella niña africana, Marta salió muy orgullosa, con su pelo, con su color, con su etnia. Ya nada la molestaría.

Al llegar a su aula, la maestra admiro su peinado y al enterarse de la noticia histórica que contaba Marta, dedico gran parte del  horario de clase en  comentarla y explicar el proceso de la esclavitud y su horror.

En el recreo, las otras niñas y algunos niños  incluso los que el año anterior se reían de ella, pedían a Marta que les hiciera unas trencitas con mensajes, como el que llevaba Marta para sentirse héroes de alguna historia.

Fin

Graciela Leguizamon

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La historia detras del cuento.

 

“En la época de la Colonia, los peinados de los esclavos marcaban el camino hacia la libertad. Después de que las mujeres regresaban de la recolección y las labores del campo, peinaban a sus hijas con tropas -esas trenzas pegadas al cuero cabelludo- que en realidad eran mapas con guías para seguir la ruta de escape. Así lo descubrió la socióloga de la Universidad Nacional Lina María Vargas en una investigación que realizó para su tesis de grado. Fue Leocadia Mosquera, una profesora afro descendiente residente en Bogotá, la que orientó a esta socióloga en los significados de los peinados de las comunidades afrocolombianas.

Entonces, las esclavas mujeres marcaban mojones o señales en el peinado de las niñas: un árbol grande, un camino, un sembrado. "Si el terreno era muy pantanoso, las tropas se tejían como surcos" cuenta Leocadia.

La observación estaba a cargo de las mujeres, que tenían un poco más de libertad que los hombres para moverse por las propiedades de los amos.

Los mapas comenzaban en la frente y se iban adentrando hasta la nuca. Los esclavos establecían códigos ocultos para interpretar estas guías formadas por nudos y trenzados. Las trenzas servían también para establecer sitios de encuentro.

Después de que los esclavos obtuvieron la libertad, los peinados, a los que se conocen como sucedidos, seguían contando historias, ya no era un método de resistencia, pero servían para mostrar lo que pasaba en la mina o en el sembrado.

Todo este mundo oculto fascinó a esta investigadora que empezó a adentrarse en el mundo de los peinados de los afrodescendientes, un saber que se ha transmitido de generación en generación”.

Juliana Correa H.

 

Fuente