Los Negros Humildes por Ricardo Leonel Figueredo. Aporte de Jorge Bustamante

11.03.2014 11:48

LOS NEGROS HUMILDES

"Mira salir la luna sobre los cañaverales. Parece una naranja madura o la boca de un tamboril cuando las llamas calientan las lonjas.

Yo evoco a los negros trepando la calle al grito de: “dale negro a lo tambore”, “caliente”, “caliente”, “arriba”. Era un redoble apresurado, no era el “borocó, chas, chas”, no, era algo diferente que lo conservo en la memoria porque el Tango me lo enseñó una noche cuando tocaba la batería.

Fue a principio de la década del cuarenta o quizás sus orígenes se remonten a fines del treinta, cuando Jesusa Bottaro tomó la jefatura del grupo y lo conglomeró. Fueron siempre mujeres las que ejercieron el matriarcado en la comunidad, mucho antes había sido Dorotea y luego fue Esther, cuando no quedaba casi nadie.

Ya habían pasado aquellos carnavales de Jacinta, de Rodolfo, del Toto y hasta de María Luisa cuando se ponían cintas verdes y rojas en las alpargatas.

Cuando Jesusa, bajo aquel ombú enorme donde se hacían los bailes, tomó la palabra y tuvo el apoyo de más de cuarenta personas casi todas familiares que apoyaron la idea, más una vecina hermana del Paraguayo, aquel que tocaba el acordeón y había pertenecido a un circo.

La cuerda de tambores, estaba compuesta por: el Piti, el Pocholo, el Tango, el Bocha, Polanco que era zurdo, Carlito “Ta borracho” y Cadera.

Angelito con la guitarra, Saúl con el pistón y Minucho con la flauta, más algún otro agregado de la Banda de don Castello, que los acompañaban cuando salían.

Dos parejas de negro viejos a cual se dislocaba más haciendo mímica: Remache y Jesusa, Jorge y Esther.

De las bailarinas: María, Mirtha, Pancha, Yolanda, Gladys, Pelada y la Coca, era ésta la que se agitaba como un cubilete y no se sabían donde andaban las caderas disparadas.

Una gurisada de ojos saltones que parecía que tuvieran visagras en piernas y brazos, abriendo la marcha detrás de aquel estandarte verde con unas líneas negras donde se habían agregado papeles de un peso sujetos con alfileres de gancho.

El estandarte se hamacaba como una canoa en brazos de quién?...

Eran más de cuarenta. Sería González el que llevaba el estandarte?...

Al atardecer, cuando aún las chicharras cantaban en los paraísos, aparecían visitando casas de patios enormes y comercios, seguidos de un público que vibraba con algo autóctono que no había perdido los perfiles de la inocencia.

La gente aplaudía, reía, gozaba, hacía comentarios: ¡Cómo toca el Ángel!

A veces, en camiones viajaban a Piriápolis, San Carlos, Maldonado, Punta del Este, trayendo todos los premios. Fue allí donde los conoció Carmen Miranda, aquella brasilera que hizo famosa la samba “Brasil, brasilero”.

Ella los quiso llevar a Buenos Aires y ellos no quisieron.

La segunda Guerra Mundial en sus finales, los agarró desprevenidos, cambió la vida y emigraron. Se fueron yendo, como si el rancherío hubiera perdido sus fantasmas, que aparecían de noche en los cañaverales, cuando la luna estaba enrejillada.

Esther heredó el matriarcado como cuando a los circos no les queda nada más que los mástiles y lonas remendadas. Esther, la de los collares y enormes aros en las orejas, terminó compartiendo la mesa de un bar, con Jorge, bebiendo la nostalgia en un vaso amarillo.

Hasta que la soledad se sentó debajo del ombú".

Relato tomado de; “La tercer orilla del rio”, de Ricardo Leonel Figueredo.

El mural “Homenaje a los Negros de Pan de Azúcar”, se encuentra en la calle Leonardo Olivera esquina Félix Núñez realizado en el año 1999 por el artista plástico Rodi Gou. En el terreno de enfrente era donde vivía la familia Bottaro, que sacaban la comparsa “Los Negros Humildes”, en ese lugar, hoy siguen viviendo descendientes de aquellas familias.